El movimiento está por doquier: macroscópico, microscópico, biológico, físico. Nada se queda quieto, nada permanece estable, excepto el movimiento mismo. No obstante, el ser humano, errático irrefrenable, en su intento por captar la permanencia, a pesar del movimiento constante, rompe sus vestiduras y plantea miles de caminos para conseguirlo. Intuitivamente el movimiento no es evidente, es más, la mayoría, precisamos de la facultad de la razón para abstraerlo y hacer consciente que el movimiento ocurre. Quizás allí radica la maldición del movimiento, es decir, la ansiedad constante y la angustia perenne, que se somatiza y se esparce cual virus dentro de la existencia humana; en el hecho de que sólo los seres racionales podemos ser conscientes de él.

Ahora bien, vincular movimiento con el malestar, pareciera no ser del todo claro. Sin embargo ¿cómo negar lo contrario, a saber, que la quietud generaría estabilidad, tranquilidad, paz, etc.? Encontrar todo esto en el movimiento es inaceptable, pues todo movimiento es ser movido por y un moverse para, nunca un no-moverse. En efecto, así como la energía térmica afecta el movimiento atómico, también es claro que factores externos afectan el movimiento físico. Sin embargo, no sólo es el “ser movido por”, también el “moverse para” implica irrupción, aunque al ser “interna” se camufla sutilmente. Para aclararlo mejor, usaré la terminología aristotélica. Existen dos tipos de movimiento: el eficiente y el final. El primero hace referencia a ser movido por, mientras que el segundo al moverse para. Es claro que los movimientos micro y macroscópicos son de carácter eficiente, pero también es claro que los movimientos biológicos, psicológicos, sociales, políticos, etc., responden a motivaciones o a propósitos que, aunque siguen siendo externos, parecieran filtrarse en el campo íntimo del sujeto (aparentando arbitrio para ejecutar dicho movimiento).

Entre muchas de las apariencias del movimiento es que es actividad, pero nada más distanciado de la verdad. El movimiento es externo, siempre lo es, por lo tanto, es invasivo, es decir, representa pasividad, conflicto (más adelante se entenderá esta característica). Por el contrario, la quietud, lo que permanece, representa actividad, paz; de allí que se busque con tanto ahínco (uno de los mayores movimientos perpetuados por la humanidad se da para alcanzar la quietud).

Platón, filósofo de lo inmóvil, planteó un mundo real que carece de movimiento (cambios, transformaciones, alteraciones, modificaciones, etc.) para él es imposible que lo móvil sea real, que lo que cambia constantemente se presente como algo aceptable, bello y bueno. Por el contrario, lo móvil es falso, feo y malo. Platón, reitero, ahondará en el ámbito de lo estable y lo permanente. Si bien su teoría implica lo estable como base para que un demiurgo forje lo móvil, pareciera no reconocer, que dicha realidad-real no es una estructura a secas, sino que es una estructura estructurante, es decir, se mueve para germinar la realidad-aparente. Es innegable que la Idea platónica, la realidad-real, no es una estructura-estructurada, terminada y permanente, puesto que si así fuera ¿para que el mundo de la realidad-aparente? Es claro que el mundo de lo móvil y de lo cambiante, en tanto copia del mundo quieto, existe para permitir acceder a dicha quietud, es decir, presenta una finalidad o, mejor, un movimiento.

Todo esto para intentar mostrar que sea por causa eficiente o por causa final, el movimiento está perenne, pero también lo está, en la misma medida e intensidad, el anhelo por la quietud, por lo permanente. Desde esta óptica exploraré tres intentos humanos por alcanzar y cumplir su anhelo, a pesar de reconocer, antes de partir, que ese afán ya es fuente de movimiento.  El primero hace referencia al intento conceptual que sugiere la capacidad de abstraer la quietud. El segundo, el intento estatal que hace referencia al intento por establecer el Estado como garante de quietud. Y el tercero, el intento tanático, el cual trata sobre la muerte como la vía accesible a la quietud.

  • Intento conceptual.

Los conceptos, aquellas abstracciones y producciones de la humanidad, son lo único por lo cual podría sentirse orgullosa. Sin embargo, al fin de cuentas generan las mayores decepciones, ya que gracias a ellos hemos sido conscientes de experiencias que muchos, por no decir todos, preferiríamos no reconocer. Además, generan mayores amarguras, temores, dolores e, incluso, confusiones. En efecto, justicia, amor, felicidad, vida, muerte, son algunos de los ejemplos que evidencian los impactos emocionales de los conceptos. Ningún otro espécimen los posee, de allí que su emocionalidad sea básica y natural, la nuestra es más intensa y lacerante. Reitero, los conceptos fueron, son y serán los instrumentos para alcanzar la anhelada quietud. Ellos intentan frenar el dinamismo, pues son como una fotografía que deja estático lo que está pasando en el sinfín del tiempo. Sin embargo, este símil es tan pobre que sólo refleja, al igual que la fotografía observada, el paso del tiempo, es decir, el movimiento.  No ha habido concepto que se establezca ni en tiempo ni en lugar, así como no hay concepto que logre capturar, así sea fugazmente, lo que permanece en el movimiento. Por el contrario, ellos lo retrasan o lo aceleran, ellos son tan cambiantes como todo lo demás. Cuando Parménides se percató de la movilidad, intentó atrapar, lo que ha de permanecer en ella, en un instante, utilizando un lenguaje negativo, puesto que es imposible tener concepto de lo no intuido, tal como: perfecto, eterno, inmóvil, etc. Todo esto lo abstrajo hasta llegar al SER: lo que permanece, lo quieto; sin embargo, el SER parmenídeo, como en el caso de Platón, no es una estructura-estructurada, es una estructura-estructurante, es decir, es un movimiento para.

Ahora bien, retomando el mundo conceptual, incluso, el Yo, algo tan fijo, quieto y permanente, se percibe y se siente tan móvil, que cualquier esperanza en encontrar el punto arquimedico queda excluida. Justamente, el Yo no es una estructura estructurada ni estructurante, sólo es un haz de complejidades sociobiológicas o, mejor, un conglomerado de sistemas (nervioso, inmunológico, etc.) que parecieran imbuirse en una cabina de una sola silla. Al respecto, Hume dio pasos agigantados cuando reconoció en el Yo un conglomerado, si bien para él de percepciones, sensaciones y emociones, un complejo móvil y cambiante que no podría permanecer ni unificarse. El Yo es estructurado, pero nunca es una estructura, es un continuo ir, como el tiempo, sin puntos fijos y únicos. Será en el Yo, donde la fugacidad conceptual queda patentada, ya que es una abstracción que intenta encontrar lo permanente en los múltiples cambios y movimientos que acaecen en y fuera de cada uno de nosotros. Quizás, quisiera agregar, que es en ese Yo tan móvil, que se anhela lo quieto, la estructura estructurada, lo que permanece. Es, de ese Yo que emerge la necesidad de conceptualizar, de captar lo que permanece, así sea fugaz.

  • Intento estatal.

Si bien la mayoría de los conceptos se vivencian (el logos se hace carne) también es cierto que aquél que ha logrado llegar al reino de los humanos es el concepto de quietud. En efecto, la quietud es el estado ideal o, mejor, es el Estado por antonomasia, es por ello que siempre estamos buscando protegerlo o, mejor, es por esto que aún persiste a pesar de las críticas y de sus contradicciones. El Estado, aquella invención humana que muchos han tildado como pináculo de la racionalidad, es la prueba clara y evidente de que existe el ser humano capaz de organizarse y limitarse. Gracias a esto la humanidad dio el salto del mundo natural al mundo de la civilización.

Si bien, como lo dijo Aristóteles la Naturaleza no da saltos, parece que, con el ser humano más bien se resbaló. El ser humano, en su evolución racional, perdió el contacto con la naturaleza, se desligó. La naturaleza perdió uno de sus brotes. Cuando se percibe el mundo natural en su generalidad, cada especie, aporta de alguna u otra manera para el sostenimiento de la misma naturaleza. Muy diferente a lo que sucede con la humanidad cuyo aporte es nulo. En efecto, el humano sólo aporta al humano, y esto suena demasiado ético y estético, para ser verdad. Lo que sí aparece como cierto es que el ser humano, zoon logoi, sólo ha producido conceptos y cultura que ha desembocado en el origen del Estado.

Al respecto muchos filósofos, entre los clásicos, lo han caracterizado como un mal necesario, cual Leviatán de Hobbes, o como hacedor de malestares, pero necesario para la sobrevivencia. Por mi parte, considero que el Estado no es más que la copia barata de la organización natural. Si bien en el reino natural los fines y propósitos actúan armoniosamente, permitiendo percibir las intenciones de todo lo que acaece, en el reino de la civilización, los fines y propósitos son disarmónicos y las intenciones permanecen ocultas. Al Estado, por lo tanto, le es imposible alcanzar el nivel natural, debido a su artificialidad.

No obstante ¿qué ha logrado sostener el Estado a lo largo y ancho de la historia de la humanidad? Considero que son dos las respuestas, la primera, la necesidad de sobrevivir, como ya se ha argumentado desde la filosofía y la politología. La segunda, por la promesa de la quietud. Ahora bien, el Estado juega con una acepción de la quietud que, si bien alcanza a palpar la angustia y la ansiedad que causa el movimiento, es contradictoria en sí misma. En efecto, para el Estado la quietud se refiere a la eliminación de todo movimiento externo que altera a la vida misma: desde el hambre y el frío hasta la presencia del otro (enemigo). Claramente, para el Estado, en el reino animal los individuos sólo pueden ser enemigos, será en el campo de la civilización donde existe la amistad, las alianzas, la lealtad y otro sinnúmero de conceptos que se encarnan. En la actualidad el Estado promete, también, la eliminación de todo movimiento interno que altera a la vida: desde la infelicidad e infidelidad hasta las enfermedades mentales. Sólo por esto se entiende que la salud, la educación y otros “servicios” sean públicos, pues son responsabilidad del Estado para apaciguar el movimiento.

Ahora bien, si el Estado emerge como apaciguador del movimiento violento de la especie humana, entonces es cierto que termina acelerándolo: hacinamiento, pobreza, desigualdad, hegemonía, etc. En este punto el Estado ideal está al otro extremo: perdido. Es por esto que anteriormente mencionaba que la quietud estatal pareciera ser un oxímoron, porque genera más movimientos en su afán de no-mover. Nada más contradictorio que un estado-móvil. Sin embargo, aún se cree que con él la humanidad alcanzará lo quieto, lo que permanece. En otras palabras, con el Estado se eliminará la ansiedad y la angustia del movimiento, esta es la verdadera religión cultural. No obstante, es fácil notar, que los movimientos estáticos del Estado o, mejor sus promesas: propiedad, esparcimiento, riqueza, igualdad; son promesas vacías para sosegar la inquietud social, económica y política. O ¿acaso se está dispuesto a aceptar que la vida en cultura no crea otros movimientos o, mejor, otros malestares?

En efecto, el movimiento se presenta como un ir y venir constante que no da tregua. Un vaivén estremecedor que, como la música cuando se está acercando a las últimas notas, vuelve y reinicia. El movimiento está allí como si se fuera a detener, pero no lo hace. El ser racional, lo capta, no intuitivamente, sino en abstracto; permitiendo la apercepción de lo contrario, a saber, de lo que permanece. El ser humano, movimiento por antonomasia, requiere reposo, cree que lo alcanza con su dormir, pero incluso allí, hay ecos y movimientos resonantes. Todo lo que se mueve, desde el reino natural, a saber, lo biológico, lo químico, etc., atormenta al ser humano, pero también todo lo que se mueve, desde el reino de la cultura, lo atemoriza, a saber, lo político, lo moral, etc. No basta con el pavor causado por el movimiento cronológico, también hemos de temblar ante la imposibilidad de encajar en una comunidad. La civilización, por lo tanto, es garante, de mayores movimientos y, por ende, de mayores ansiedades y angustias.

El Estado, al igual que los conceptos, demuestra lo inevitable. El ser humano es el ser móvil buscando quietud.

  • Intento tanático.

El espécimen vivo que busca la quietud es el humano, en tanto consciente de sí, logra atisbar un poco de iluminación sobre ese ideal. Externamente no lo notará, pero en su autoconsciencia se aparece la muerte como el cumplimiento de ese anhelo, cese de movimiento físico y cognoscitivo: ahora bien ¿por qué temerle a ella? Al parecer la muerte es redentora, la verdadera salvación: ella es la garante de la quietud. Entonces este temor a la muerte, tan natural, permite inferir o que la quietud no es un anhelo humano o que en la muerte también se presenta movimiento.  

Que la estabilidad, lo permanente, lo quieto, sea un anhelo humano queda demostrado satisfactoriamente por el simple hecho de que todas las filosofías y religiones lo buscan y lo intentan atrapar para donarlo. También queda demostrado por el imaginario de reposo que la mayoría de la humanidad comparte, a saber, por un momento estar tranquilo y descansado. No obstante, el cansancio, movimiento por excelencia, se presenta como enemigo de la vida, pero ante él se erige la muerte como obstáculo inamovible. Se cree que el suicidario, por ejemplo, ve en la muerte el descanso eterno, es decir, el locus sin espacio ni tiempo al que le es inexistente el movimiento, la preocupación, el cansancio y el dolor. Sólo en la vida, locus con espacio y tiempo, tiene cabida el todo lo anterior.

Sin embargo, la muerte en sí misma, y lo que pasa tras ella, es inabarcable, por esto sólo podré reflexionar sobre la decisión o, mejor, sobre la inclinación hacia la muerte como anhelo de quietud. En este ámbito, y sólo en este, se puede considerar que en la muerte se presenta el movimiento. Al menos lo veo con claridad por dos razones:

  1. El primer argumento gira en torno al temor a la muerte. Si la autoconsciencia muestra la muerte como quietud, también ella percibe el movimiento acelerado para alcanzarlo, es decir, el desear morirse es un movimiento intenso que incrementa su celeridad. Inclinarse hacia la muerte es matarse constantemente, es pensar el día y la hora, el medio y el instrumento, pensar en aquellos que se quedan en vida y aquellos que no logran terminar con el movimiento. Esta es la máxima aceleración. Si tras la muerte hay quietud o no, repito, no podemos saberlo. Pero mientras ella se hace real, el movimiento se supera en creces. Por lo tanto, la tan anhelada quietud de la muerte, sólo es posible por una rapidez, generalmente, irreconciliable con la consciencia. De allí que exista el temor a la muerte, pues mientras ella llega hemos de sacrificar nuestras fortalezas que han enfrentado al movimiento cotidiano, creyendo que con ellas no podríamos soportarlo.  
  2. El segundo argumento gira en torno al suicidario. Si bien es cierto, la cultura popular cree que en la muerte se alcanza la quietud, también es cierto que para el suicidario no hay quietud prometida, se hace un salto de fe. El suicidario piensa y/o cree que su acto lo alejará de todo movimiento vital, pues ve en la muerte el final de sus finalidades, pero inmediatamente comprende e intuye que la muerte es una finalidad más. En efecto, ve en la muerte un propósito, un proyecto, un ultimo movimiento. En otras palabras, el suicida se despide del movimiento, moviéndose.

Desde esta perspectiva ni el concepto, ni el estado ni la muerte estabilizan, sólo proyectan la eterna fugacidad de la quietud, puesto que todo es movimiento. Por todo esto y quizás por muchas más razones comprender el movimiento como conflicto será más esclarecedor, ya que el conflicto es natural. El conflicto, entonces, devela el eterno movimiento de querer estar quieto: contra ello y con ello convive la humanidad.

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